Abruptas colinas policromadas que se precipitan al abismo de la tierra. Oteros suaves donde se diría que descansa el secreto de la vida buena. Valles dulcísimos cuya paleta de colores, tan fecunda, sorprende al observador con matices nuevos según la época del año. Apretadas vaguadas donde la densa vegetación aparece coronada de un maravilloso halo rosáceo...
... y amenas arboledas de robles, pinos, castaños, abedules, sauces y alisos que parecen pensadas para el regocijo de las aves y el deleite del viajero. Infinitas iglesias románicas que despuntan profusamente con una constancia admirable a lo largo de la ruta. Esplendorosos pazos que debruzan sus balcones sobre singularísimas plazas cuya recatada belleza conmueve el ánimo más adusto. Cruceiros sin fin que florecen al lado de esas mismas iglesias y plazas como imperturbables rosas de piedra...
...y todavía castros milenarios que nos hablan de inciertos pobladores de épocas remotas. Puentes antiquísimos que dan fe del talante hospitalario y amigable de estas tierras desde tiempos inmemoriales...
... Y siempre y en todo momento la presencia de dos elementos que trascienden la mera dimensión física para erigirse en referencias simbólicas: el río y la vid(a), el agua y el vino, auténticos alfa y omega de un mundo órfico y dionisíaco que, si no cuenta con gigantes, enanos, elfos y hobbits, no por ello se nos muestra dotado de menos encanto que la mismísima Tierra Media.
Hablamos del Ribeiro, lugar embriagador, hospital hölderliano, paraíso soñado, punto de partida de una serie de viajes por Galicia y regiones limítrofes.
La comarca del Ribeiro
Vista en el mapa, lo primero que llama la atención es la figura que dibujan las líneas imaginarias de la comarca del Ribeiro. ¿Es un triángulo, una flecha invertida? Pero no, más bien se trata de... ¡un racimo de uvas invertido!
¿No resulta extraordinaria esta coincidencia? ¡La región vitivinícola de mayor solera en Galicia tiene forma de racimo de uvas!
Si hace siglos hubiesen tenido conocimiento de tan asombrosa casualidad los monjes de los varios monasterios y prioratos de la zona, muchos de ellos dedicados a la producción y comercialización del vino, a buen seguro que se habrían persignado piadosamente alabando los juguetones designios de la providencia divina.
Nuestra ruta empieza en Oseira. Oseira no pertenece de iure a la comarca del Ribeiro pero sí de facto y son muchas las razones que hacen obligada su mención.
El Monasterio de Oseira, algo más que el Escorial gallego
Situado en una parroquia de San Cristovo de Cea (3.000 habitante), el Monasterio de Oseira fue el primer cenobio de la Orden del Císter que se fundó en Galicia (año 1141). Enclavado en el intrincado valle del río Oseira - al monasterio se llega a través de una serpenteante carretera que discurre por el fondo del valle - la abadía se alza majestuosa integrándose eufónicamente en un entorno admirable.
La espectacular expansión del cenobio se debió a donaciones de reyes como Alfonso VI y a la propia actividad de un monasterio que supo poner en valor las riquezas de la zona, empezando por sus recursos naturales y la tradición artesanal.
Fueron así los monjes de Oseira, conocedores de las técnicas de la molienda y la panificación, los que acabaron haciendo de Cea la "Villa del Buen Pan". Famoso en toda Galicia por su sabor y textura, el pan de Cea es uno de los contados panes que en España cuenta con Indicación Geográfica Protegida: ¡no olvidéis adquirir una hogaza de este sabroso pan en vuestro camino hacia Oseira!
Pronto el monasterio llegó a ser uno de los más ricos y poderosos del norte peninsular, convirtiéndose en el centro neurálgico de todas las transacciones comerciales en las actuales comarcas del Ribeiro y Carballiño, con propiedades incluso en las mismísimas Rías Baixas. Y aunque se sabe que la elaboración del vino del Ribeiro se remonta a tiempos muy lejanos, siendo anterior a la llegada de los romanos, fueron los monjes cistercienses (siglos XII y XIII) quienes le dieron el impulso decisivo estimulando la plantación y cultivo de la vida en zonas bañadas por el Miño.
El soberbio conjunto monumental está formado por construcciones arquitectónicas de diferentes periodos artísticos. Especialmente notables son las modificaciones y restauraciones de época renacentista.
Destacan los tres claustros del monasterio y la iglesia abacial de la primera mitad del siglo XIII, inigualable muestra de la arquitectura cisterciense (esa arquitectura pura y levitante que "verticaliza" el rigor de la piedra dejando definitivamente atrás al románico y que posee suficientes rasgos propios como para no ser considerada simplemente un preludio del gótico) sin parangón en la península ibérica.
Carballiño, la huella de Palacios
La distancia entre Oseira y Ribadavia, la fascinante capital del Ribeiro, es de 35 kilómetros. En medio se ubica Carballiño, una localidad de nueva planta y edificios modernos que celebra cada verano una concurridísima Festa do Polbo (Fiesta del Pulpo).
Históricamente el mejor pulpo de Galicia (que es como decir del mundo) se ha degustado aquí, a 70 kilómetros del mar, y la razón de tan paradójico hecho hay que buscarla, de nuevo, en la pretérita pujanza de Oseira, además de en el terrenal apetito de los monjes, evidentemente.
Más allá de rendir pleitesía a los variados placeres culinarios que ofrece la localidad, conviene hacer una parada en Carballiño para admirar el Templo de Vera Cruz, obra que lleva la inconfundible firma del porriñés Antonio Palacios, arquitecto genial que, entre otras muchas cosas, renovó la imagen de Madrid, rescatándola de su impertérrito provincialismo decimonónico para enderezarla por una vía estética que otros muchos habrían de continuar (la revolución palaciana se fundamentó en el excelso granito de Porriño y, por eso mismo, rememorando a Augusto, Palacios hubiera podido decir en su lecho de muerte aquello de "encontré una ciudad de ladrillo y la cambié por otra de granito").
Algunos de los edificios más conocidos de Madrid son obra del arquitecto gallego, empezando por el colosal Palacio de Comunicaciones, actual sede del Ayuntamiento.
Con todo, Palacios siempre estuvo profundamente vinculado a Galicia, su hontanar de temas, mitos, motivos e inspiraciones, y donde dejó un buen número de proyectos rematados, especialmente en la zona de Vigo.
El Templo de Vera Cruz presenta una amalgama brillante de estilos, desde el prerrománico hasta el gótico, combinando soluciones medievalistas y neotradicionalistas con una estética de nuevo cuño que bien podría denominarse como expresionismo atlantista. En definitiva, hay que verlo.
La ruta del agua
Cunqueiro se refirió a Galicia como el país de los mil ríos. Los hay de todos los tamaños y de la más variada condición: grandes, medianos, pequeños y diminutísimos. Los hay que son afluentes, los que desembocan en rías, algunos llegan al mar formando estuarios y hasta existe un caso único en Europa: el Xallas, que desagua al océano por medio de una impresionante cascada de más de 100 metros (ay, pena de embalse...).
También el Ribeiro tiene alma fluvial. Los ríos de la comarca entretejen un sistema circulatorio de venas y capilares que lleva el agua a todos los pueblos de la zona. El río Oseira, por ejemplo, desemboca en el Arenteiro, que a su vez vierte sus aguas en el Avia, que hace lo propio en el Miño, como si se tratase de un juego de matrioskas en el que siempre es posible descubrir un afluente más pequeño.
Hay tres ríos principales. El Avia recorre abruptamente la comarca de norte a sur dando lugar a un paisaje de valles encajados desde su nacimiento en Avión hasta su encuentro con su encuentro con el Miño en Ribadavia. El gran río gallego, en cambio, atraviesa mansamente las tierras del Ribeiro llegando desde el sureste.
Poco antes de abandonar la comarca, el Miño recibe al Arnoia por su margen izquierda. El Arnoia es un río cabalístico, misterioso ya desde su nombre: su raíz, Arn-, es preindoeuropea y está presente en otros hidronímicos del continente (así, el río Arno, que pasa por Florencia).
En este tramo del Miño existe una ruta de catamarán que permite admirar plácidamente la belleza del valle desde otra perspectiva. Para los amantes de los deportes acuáticos, Castrelo de Miño, con club náutico incluido, representa una agradable sorpresa. La cantidad de agua embalsada posibilita la práctica de actividades como remo, vela y piragüismo. Todo ello en un entorno natural potente, rodeado de viñas y siempre con la silueta vigilante de la iglesia de Santa María dominando el embalse.
Para los más osados: el Cerves, a su paso por Melón, representa una visita obligada. Se trata de un río de curso abrupto, lleno de cañones casi inaccesibles, estupefacientes cascadas y pozas sublimes. Lo escarpado del curso invita a la práctica de deportes de aventuras como el barranquismo. Eso sí: las gargantas que se forman no están exentas de peligro y hay que extremar las medidas de seguridad.
Llegados a este punto de la ruta, parece razonable hacer un alto y recobrar aliento. Pero permaneced atentos. Muy pronto continuaremos nuestra ruta por la comarca del Ribeiro. Conocer los secretos enológicos de la zona, visitar uno de los castros más grandes de toda la península o descubrir una maravillosa aldea trufada de casas señoriales que se esconde en medio de un paraje selvático representarán algunos de los momentos estelares de nuestra próxima etapa.